El día del descubrimiento, tu hijo jugaba frente al espejo. Súbitamente, entre muecas y piruetas, se detuvo en un instante mudo, con la mirada absorta. Abrió los ojos y entendió, de pronto, que el niño de rizos disparatados al otro lado del cristal no era otro que él mismo. Estalló en carcajadas mientras exploraba su reflejo, y su mente atravesó una misteriosa frontera: había aprendido en qué consiste tener un cuerpo. Acababa de estrenar su imagen y había que bailar para celebrarlo. No era la danza de la lluvia, sino del yo.
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Espejismo
